Muchas veces, nos aislamos del mundo cuando la vida nos resulta adversa; pensamos que así estaremos a salvo. Protegernos es nuestra primera tendencia.
Cuando esto nos ocurra, es bueno observar y observarnos en nuestras reacciones. Las claves que necesitamos, cuando no las hallamos dentro, están en la relación que establecemos con los otros o con lo otro . Esa relación es una extensión viva de lo que llevamos dentro; eso que, ciegos, soltamos frente a los demás, eso que se pone de manifiesto es nuestro interior que despierta .
Lo que despierta no hemos de tomarlo a la ligera. Es nuestro estandarte, es lo que debemos observar para seguir su hilo argumental, porque esa reacción que tenemos no es un hecho aislado; forma parte de algo más valioso que también somos y que debemos descubrir.
Por dentro somos algo así como una montaña difícil de percibir, a simple vista, y solo podemos conocerla para poder integrarnos en ella, de instante en instante, trocito a trocito. Ese pequeño trocito de nuestra montaña que sale al exterior debemos cogerlo con fuerza y no soltarlo: es nuestro tesoro. Sin él no podremos completar nuestro rompecabezas vital, no podremos entender el hilo argumental de nuestra vida, no podremos seguir caminando; aunque parezca que externamente la vida continúa, en muchos momentos, en realidad, estamos parados.
Vivir es comprendernos, es conocernos. Solo desde nuestro interior movemos los engranajes de la vida. Cada minúscula parte de nosotros tiene sentido. No nos tomemos a la ligera. Los detalles cuentan. Todo es importante.