Acostumbramos a pensar que nuestros
gestos son perfectos y que son los demás los que causan la desdicha de nuestras
vidas y les hacemos responsables de las decisiones que tomamos o de los gestos
mal avenidos que adoptamos.
No, la vida empieza y acaba en cada uno. Cada uno es responsable absoluto de los gestos que realiza. Nadie es responsable de la vida de nadie más que de la propia y es en este convencimiento en el que se han de poner todas las atenciones, porque no está bien confundirse con el otro, es un error. No esperemos que otro nos complete, que otro nos dé.
La vida así vivida, ciega, no conduce a la paz, no conduce a un conocimiento a fondo de lo que cada cual atesora bien guardado en su interior. Cada uno en silencio ha de encontrar las pautas de su recreación, a su manera.
Todos por igual poseemos en nuestro interior las herramientas necesarias para cambiar los modos de vida propios. No está bien que nadie se cuelgue a nadie, porque entonces ¿qué hacemos en nuestra existencia por nosotros mismos?